Estamos a principios de la década de 1970. Mayo del 68 liberó a los jóvenes de las limitaciones vividas por generaciones anteriores que, desde las guerras planetarias hasta las guerras coloniales, nunca dejaron de someterse a la autoridad. Los jóvenes, pero especialmente las jóvenes, han adquirido el derecho de disponer de sí mismos y de sí mismas sin tener en cuenta el qué dirán ni las prescripciones de la religión. Se atreven a vivir plenamente el momento en total libertad. Esto no durará más de una generación, la de los baby boomers, que ahora se han convertido en grandpa-boomers...
Bérénice, de 28 años, vestía muy ligera en este soberbio y caluroso día de verano. Cómodamente sentada detrás del volante del pesado Volvo, que todavía corre a toda velocidad, recorre la carretera a un ritmo razonable. El sonido del viento a través de la ventana abierta lo obliga a escuchar su radio “a todo pulmón”. El aire que pasa por la ventana azota violentamente su brazo izquierdo y su rostro; la de los ventiladores le acaricia las piernas y el torso. Ella siente los efectos aún más porque solo está vestida con un amplio bustier sin mangas y una falda ancha y corta de algodón a juego. Estas son sus prendas favoritas cuando tiene que hacer largos viajes en coche en verano. El viento se precipita en su atuendo y acaricia deliciosamente su piel en muchos lugares. El cuero de los asientos del viejo vehículo aún difunde un poco del frescor matinal acumulado. Se mete la ropa hasta la parte superior de los muslos para sentirse más cómoda. La radio emite una conocida melodía de Raï que ella acentúa dando golpecitos en el volante. Su espíritu late en el campo; sus sentidos se despiertan y la belleza de los paisajes lo conmueve casi físicamente.
El empleado del peaje, con la mirada atraída por los muslos desnudos, hace que su oficina dure un poco más. Detalla la anatomía de su cliente con discreción profesional. Le sorprende que le conmueva tanto esta cuarentona regordeta de tez blanca y ligeramente bronceada. No se le escapa nada, ni el pecho un poco pesado, ni las piernas demasiado fornidas. Cuando ella se agacha para agarrar su bolso, él admira la interesante curva de los riñones y las nalgas redondeadas. Los delicados pies adornados con frágiles sandalias hacen una breve aparición. Cuando da cambio, aprovecha para admirar los hombros desnudos, los brazos redondos y las manitas infantiles. El rostro destila una personalidad inusual. La nariz aguileña, los pómulos altos y marcados, el mentón marcado resaltan los ojos azules y el pelo corto y claro.
Se detiene para repostar gasolina, aprovecha para picar un soso pastel industrial y se toma un café. Como de costumbre, se acerca al baño con infinita cautela. Esto no impide que se sienta manchado por su frecuentación. La gimnasia que practica para evitar la contaminación acaba intrigando a su vecina. Cuando se encuentran en el lavabo, esta frágil joven morena, vestida con un estrecho y corto vestido caqui de algodón, le sonríe. Sus grandes ojos negros están llenos de compasiva complicidad. Ella le entrega un paquete de toallitas desinfectantes de su mochila. La mano de Berenice, armada con la herramienta que se le ofrece, discretamente le sube la falda para quitarse las miasmas del asiento sucio de la parte superior de sus muslos. Su interlocutor queda estupefacto ante la desvergüenza del gesto y le roza el brazo con la punta de los dedos, como para disuadirlo. Sus dos ojos se encuentran de nuevo en una sonrisa medio avergonzada medio cómplice. El rostro redondo y bronceado, con facciones regulares e infantiles, atrajo de inmediato a nuestro automovilista. Además, cuando ella le explica que va a hacer autostop y va al mismo lugar que ella, Bérénice de buen grado le ofrece viajar juntos.
La primera hora del curso se dedica a intercambiar algunas banalidades. Nuestro autoestopista indica que su nombre es Sabrina y que va a ir con su familia para las vacaciones. Es cartero y ha estado asignada durante cinco años a los suburbios parisinos. Le interesa el trabajo poco femenino de su anfitriona: es directora de producción en una empresa farmacéutica. Poco a poco, la conversación poblada de grandes momentos de silencio toma un cariz más íntimo. Las dos mujeres admiten que acaban de vivir un fracaso amoroso y cuentan con las vacaciones para olvidarlo un poco. Expresan sus expectativas y su duda de que un hombre pueda brindarles toda la atención que desean. Vienen a hablar de sus frustraciones y de su deseo común de dulzura.
Imperceptiblemente la emoción sube en el habitáculo, Sabrina siente cada vez más una atracción casi física por su acompañante y comienza a mirarla de otra forma. Sensible a este interés, el comportamiento de Berenice cambia y sus gestos se vuelven más sensuales. Su emoción se vuelve cada vez más dependiente de la densidad con la que se la contempla. Sus muslos se abren, su cuerpo se hunde en el asiento como para designar la parte inferior del abdomen como su epicentro. Cuando la mano larga y morena agarra su rodilla derecha, el corazón del conductor se acelera. Imperceptiblemente, la mano vuelve a acariciarla hacia el interior de su muslo y provoca una importante contracción de todos sus genitales. Sabrina luego se vuelve hacia ella y levanta las piernas en el asiento. Una segunda mano invade la parte superior del muslo, mientras que el primero llega al pliegue de la ingle que ella acaricia suavemente. Entonces, el pie del conductor se vuelve ligero sobre el acelerador y el potente automóvil reduce la velocidad bruscamente. La caricia continúa, ligera, delicada, durante largos minutos. De las dos mujeres exhala una tensión creciente.
A la primera suelta, el Volvo sale de la autopista para llegar al umbrío remanso de una enorme zona casi desierta a estas horas del día. El vehículo se detiene detrás de un seto de plantas perennes. Apenas en la parada, las manos de Berenice dejan el volante y se estiran hacia el cielo en un estiramiento lascivo. Sabrina toma este gesto como una invitación y rápidamente mece el asiento de su pareja hacia atrás. Cuando está casi horizontal, levanta el corpiño de colores y deja así al descubierto los poderosos senos de la que ha elegido como su amante. Con su ayuda elimina la prenda que desaparece debajo del asiento. Con el asiento también estirado y quitado el cinturón, se dedica a un masaje total de su pareja que la lleva a montarse a horcajadas sobre ella. Unos momentos después, las dos manos morenas se enganchan en el cinturón de la falda y la hacen deslizar hasta el suelo. La desnudez de Bérénice es entonces casi total a excepción de un reloj estrecho, pequeños aretes blancos y dorados y sandalias finas. El corto vellocino transparente de su sexo desaparece bajo ambas manos de Sabrina ahora arrodillada en su asiento e inclinada sobre su pareja. Los dos muslos gruesos luego se separaron en un estiramiento lascivo subrayado por un profundo suspiro.
El ruido de un motor cercano congela repentinamente a las dos mujeres. Cuando él se aleja y se detiene, Bérénice atrae a su compañero hacia ella y comienza a desnudarla. El susurro de una cremallera precede al susurro del vestido. Las caderas, menos estrechas de lo que parece, están descubiertas y revelan dos nalgas que se tocan separadas por la estrecha tira de tela de una tanga. Un dedo se mete debajo de la frágil prenda y se atreve a una caricia erótica. La mano retira el trozo de tela y reanuda su trabajo. La tensión provocada obliga a las esbeltas piernas a abrirse de par en par. La mano luego sube a la vulva y la agarra. Sabrina está aún más emocionada cuando sus pequeños pechos endurecidos son suavemente masajeados por los suaves e imponentes pechos de su pareja. Sus dos manos navegan desde el cuello hasta los hombros y mejillas de éste sin posibilidad alguna de movimiento. Su pequeño cuerpo está aprisionado por los poderosos brazos del conductor.
Cuando la mordaza se afloja, sube hasta tocar el techo del habitáculo. Bérénice descubre entonces el cuerpo de la adolescente con un bronceado regular, los diminutos pechos bien plantados y redondos y el corto vellón negro que adorna la entrepierna. Ella explora el terreno abierto con ambas manos. La joven náyade continúa entonces tocándose y besándose mientras su amiga se apodera con avidez de todos los rincones de su cuerpo. Sabrina se ve tirada hacia atrás en su asiento. Su acompañante se coloca a cuatro patas, de pies a cabeza sobre ella, invitándola a mil caricias. Cuando la boca de Berenice se une al sexo abierto que la invita, su amiga la agarra por la cintura ya su vez penetra en su intimidad con una ágil lengua. Una penetración larga y suave corresponde a un orgasmo múltiple lánguido y desplazado.
Restaurada la calma, los dos cuerpos saciados, fuertemente enredados, se duermen. Completamente desnudos, quedan expuestos a la mirada de los usuarios del área de descanso, detrás de las ventanillas del antiguo vehículo. En ningún momento el menor temor toca sus espíritus liberados...